30 de abril de 2009

2001, la K no es de Kubrick


2001, mayo, "Carrió no es el enemigo", me dijo una compañera mientras discutíamos el agitado devenir del panorama político nacional por esos días. 2001 es además el nombre del bar en el que estábamos esa tarde y donde solíamos juntarnos para preparar algún trabajo en grupo. 2001 de Lavalle, en esa esquina está el bar, a eso viene el nombre. "2001", dijo Néstor Kirchner más de siete años después, para describir el escenario que traería aparejado una derrota oficial en las legislativas de junio. 2001, 2009, similitudes y diferencias.

Como 1945, 1955, 1976 y 1983, "el 2001" pasó a la historia nacional gracias a un suceso extraordinario en la vida de las instituciones -en este caso la renuncia presidencial en mitad del mandato-, pero a su vez se instaló en el discurso como un conjunto de los más diversos significados, gracias a la violencia de la crisis neoliberal.
El comentario de mi amiga que abre este post captura un aspecto de aquél momento, la agresión del poder económico era brutal y caía sobre un sector cada vez mayor de la población, lo que provocaba en todos los que interpelaban la realidad con mirada crítica la primera de las medidas defensivas, identificar al enemigo. Y esto estaba bastante claro para bastante gente, el enemigo era el FMI, eran los bancos, los empresarios transnacionales, las privatizadas y, claro, la dirigencia política. Crucifijo y todo, a aquélla militante marxista todavía no le parecía que la mediática legisladora chaqueña fuera el enemigo, y pienso que tenía razón.
Sin embargo, la izquierda vernácula haría también otras interpretaciones, predictivamente ineficaces. Tras las manifestaciones urbanas y la represión asesina del 19 y 20 de diciembre, creyó adivinar en Argentina un clima prerrevolucionario. Supuso que las asambleas barriales porteñas podían configurar alguna alternativa sistémica, que la clase media compartiría por mucho tiempo la lucha y la metodología con los piqueteros, además de otros sofismas acuñados al calor de las gomas quemadas y de un diciembre con menos splits y más saqueos que los posteriores.
El mismo desconcierto operaba en los medios, arrastrada su base ideológica bajo los pies de millares de manifestantes de los sectores medios que, por primera vez en 25 años, a consecuencia de la confiscación de los depósitos, se volvían contra el poder financiero y los políticos que habían afianzado su preeminencia en desmedro del empleo y la industrialización. Los reclamos de intervención a un Estado quebrado y escuálido estaban a la orden del día, borraban a cacerolazos la biblia liberal que descansaría algunos años en los archivos periodísticos.
Escaseaban entonces los grises que hoy se reclaman al gobierno desde todos los puntos del arco opositor. Lo que en aquellos días (claro que urgentes) se exigía era cualquier cosa menos moderación, el subrepticio acceso a la conciencia de las masas en asamblea era, en realidad, la ideologización necesaria para dividir lo blanco de lo negro.
De eso se tratan los principios ideológicos, de trazar una línea que separe lo tolerable de lo inaceptable, sin falsa moral, pretensiones de honestidad o dogmatismos, pero sin escapar de que la política es conflicto y que en un conflicto es imposible defender los intereses de todas las partes, lo único sincero es elegir una y avisar cuál. Sin grises.
Hoy los medios tienen los mismos intereses que entonces, pero gozan del apoyo de la clase media urbana ideologizada en la negación de los conflictos mientras se resuelvan lo suficientemente a su favor. Por lo tanto, vehiculizan otro tipo de reclamos, en pos del diálogo, de que no todo sea blanco o negro...
Hoy Carrió es también el enemigo y creo que mi compañera coincidiría conmigo. Simplemente porque es una de las caras (la naranja) del sector minoritario y poderoso del conflicto por la participación en la economía nacional. El kirchenrismo aglutinó tanto actor político conservador en su contra que, aunque pierda las elecciones de junio, volver al 2001 parecería imposible, porque una expresión política que defendió desde 2003 los intereses de las mayorías trabajadoras se supone que encontrará en ellas su sustento defensivo popular.

7 de abril de 2009

Inseguridad


En medio del revuelo mediático que envolvió a Lomas del Mirador a principios de marzo, surgió un diálogo blogueril con Conurbano (ver el post anterior), en el que se mencionaba la presión de los medios comerciales en torno al delito, se comentaba la cobertura periodística de la marcha "contra la inseguridad" y se aclaraba sobre el grosor de la convocatoria y, especialmente, sobre el perfil de los convocantes.

Algunos días después de aquella sobreexposición infrecuente para el barrio, se hizo público el reclamo por la desaparición de Luciano Arruga, a quien se vio por última vez el 31 de enero y habría sido detenido -según un testigo, probablemente asesinado- en el destacamento de Lomas del Mirador, creado a instancias de Vecinos en Alerta (VALOMI) y ubicado como un fortín que los defendiera del villerío.
El nombre del titular de VALOMI, Gabriel Lombardo, aparece -en forma confusa- en la nota de Adriana Meyer en Página/12 como responsable en algún grado de la detención de Arruga, aunque nunca se aclara cuál habría sido la participación que él mismo niega, más alla de la mencionada influencia en la instalación del destacamento.
De lo que Lombardo es responsable, tal vez con orgullo, es de una campaña que lleva varios años, destinada a estigmatizar a los habitantes de las villas aledañas vía panfletos, reclamos a las autoridades y reuniones periódicas. Sin embargo, Luciano Arruga no vive en ninguno de estos asentamientos, ni siquiera vive en Lomas del Mirador, sino que eventualmente cartoneaba en la zona: una auténtica amenaza a la seguridad, persona no grata para un barrio que le pondría luego alfombra roja al falso ingeniero y a Constanza Guglielmi.
El reclamo de aparición inmediata de Luciano Arruga es nuestro reclamo.
Las circunstancias de su desaparición apuntan hacia un solo lugar. No está con su padre en Córdoba, no está en Bajo Flores.
No lo busquemos donde no está.