29 de octubre de 2010

Hasta siempre

"El Chino" era mi abuelo y era peronista. Heredé de él, a fuerza genética, la tendencia a la calvicie y, como compensación, la elegancia de patear con la izquierda. Fue quiosquero durante sus últimos años y leía Crónica en el local, todos los días y prolijamente. En ese lugar experimenté mi primera tristeza política, a través de su propia tristeza, tras los resultados de la interna del '88.
Después vendrían más derrotas y el peronismo, que dejó de ser familiar, se empató con la nostalgia y se cristalizó en una caricatura. La política, en mí, pasaba por otro lado, en lo que tal vez era el inicio del despliegue del cursus ideológico estereotipado que aplica el teorema de Baglini a la cronología biológica.
Mi abuelo murió en 1996, aunque algo decepcionado, todavía peronista.
Ante la muerte de hoy, el reflejo me hizo buscar otra vez Crónica, detrás del recuerdo de un lugar seguro contra la tristeza. Claro que no existen los lugares seguros, ni tampoco estamos en el '88. Algunos lamentos que anhelan la mentada ucronía de una construcción política distinta, más densa, parecen pasar de largo la mirada de quién está en el sillón presidencial, de cuántos y cuáles compromisos hacen el apoyo afuera.
Está lejos el peronismo-kirchnerismo de la posibilidad de ser fijado o caricaturizado, la vitalidad en la muerte, lejos de reducirse al cliché, es palbable para todo el que pise la plaza en estos días. Aunque la muerte siempre es un precio demasiado alto, ya la balanza del cinismo hacia la política parece revertida, ojalá que por mucho tiempo. La recomposición del honor del movimiento debe un importante número a la voluntad en vida, más que a la muerte de su conductor hasta la fecha. Crónica saludó, hasta siempre.
Si "El Chino" viviera, sería kirchnerista.

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